domingo, 5 de julio de 2009

HONDURAS: verdad y objetividad

La crisis política de Honduras, más allá de su destino, nos muestra que en un ambiente tan polarizado, se diluyen los límites entre la realidad, la verdad y la objetividad.

Cada quien se cree dueño de la verdad o se aferra a los hechos de acuerdo a sus prejuicios y experiencias, por lo que la certeza para unos es falsedad para otros. Todos leen, escuchan y observan desde su óptica y se aferran a sus argumentos. La autenticidad de los hechos termina siendo una cuestión de interpretación, de ahí que Santo Tomás sostenía que "la verdad es la adecuación entre la mente y la cosa". La objetividad es subjetiva.

El conflicto hondureño es confuso porque sostiene, con la misma convicción, dos verdades diametralmente opuestas: golpe de Estado y sucesión constitucional. Gran parte de la comunidad internacional, anota que la destitución y expulsión de Mel Zelaya mediante fuerza militar no tiene otra lectura que un golpe de Estado. En cambio, para una mayoría de hondureños, incluyendo a la justicia y al Congreso, su verdad es que se trató de una transición democrática, obligada por los atropellos de un presidente que se había elevado por arriba de la Constitución y la justicia.

Vivimos en un mundo muy polarizado, donde es difícil aferrarse a verdades absolutas; y las contradicciones están a flor de piel. La OEA, por ejemplo, rechaza el golpe en Honduras pero flirtea a un régimen totalitarista de medio siglo como el cubano; Hugo Chávez reclama a los hondureños someterse a la resolución de la OEA pero desconoce en su país los fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos; mientras Raúl Castro y Daniel Ortega hacen gala de cinismo al exigir la Carta Democrática.

La forma en que las nuevas autoridades hondureñas procedieron está en entredicho, pero muchos comprenden su verdad de fondo. Trataron de prevenir el modelo "chavista" que Zelaya estaba adoptando para perpetuarse en el poder, y evitar las consecuencias antidemocráticas que experimenta Venezuela, donde todo está sometido a la voluntad única del líder. Sin este ingrediente invasivo, no se podría entender lo que gritan los hondureños en las calles. No es casualidad que Chávez haya amenazado con usar la fuerza militar para derrocar al nuevo presidente Roberto Micheletti y liderado un movimiento sarcásticamente democrático dentro de la OEA, de países con signos autoritarios como Cuba, Ecuador, Nicaragua y Bolivia.

Al quedarse sin argumentos en contra de Barack Obama, porque "el imperio" desaprobó la destitución de Zelaya, Chávez optó por el camino más corto y fácil, responsabilizando a "la prensa burguesa" del golpe de Estado; un mensaje recurrente que utiliza en su país, para justificar la persecución de periodistas, el cierre de medios y la apertura de otros que engrosan su maquinaria propagandística de corte leninista, y así diseminar su "verdad revolucionaria".

Lamentablemente, ese tipo de mensajes prende en los desprevenidos y convencidos en la verdad chavista. En Honduras hubo fuerte censura de prensa, en especial en medios que respondían a los criterios informativos del gobierno anterior y se afectaron las libertades individuales con el toque de queda. Sin embargo, es exagerado hablar de un total "apagón informativo", comparando esta situación con la crisis en Irán. Prueba de ello es que la comunidad internacional no debió recurrir a Twitter, Facebook o YouTube para saber. La información fluyó.

Muchos medios hondureños e internacionales, como CNN en Español, están siendo acusados por ambos grupos en pugna de ser tendenciosos o favorecer los intereses del otro, y aunque traten de ser objetivos, contrastar fuentes y ser plurales, siempre serán criticados porque la verdad está en el "ojo del observador", y no en quien la emite.

A pesar de que cada sector tenga sus razones o verdades, fue importante que las organizaciones intergubernamentales hayan establecido los límites, enviando así un mensaje contundente a otros países para evitar imitaciones.

Sin embargo, también sería importante que se utilice equidad -un valor intrínseco de la verdad y la objetividad- para que se pueda medir a todos con la misma vara, y así tampoco se tolere aquellas acciones de gobiernos que disfrazados por procesos electorales se la pasan dando "golpecitos" a diario, con total impunidad.